jueves, 21 de febrero de 2013

Batalla por el puente: desde el otro lado.

La batalla por el puente entre los No Muertos y los Altos Elfos, de puño y letra de su General:


Querida Ailith,


Cada día que pasa le suplico a Isha que os mantenga a salvo e imploro a Khaine para que permita que esta guerra acabe de una vez por todas. Aplasto a sus enemigos sin piedad para ganarme su favor, pero la misión que tiene para mí aún no ha terminado. Te escribo esto desde la tienda de sanación, no te preocupes, mis heridas se curarán en pocos días pero no así mi espíritu. Hace unos días tuvo lugar una de las peores jornadas en mis quinientos treinta y dos años de vida. He visto docenas de buenos soldados morir de forma horrible. Buenos amigos, jóvenes y viejos de corazón puro masacrados y devorados por horrendas criaturas salidas del inframundo que poblarán mis pesadillas durante siglos. 


Nuestra expedición hacia las misteriosas tierras de Athel Loren se ha dividido pronto. Althran así lo ha decidido, es más impetuoso de lo que podrías esperar en alguien de su edad. Se ve en él el ansia de combatir, no lo culpo. Todas esas décadas guardando la isla de sangre han sido como una pesada losa en su alma guerrera, no es extraño que desee explorar todo el terreno posible. Mientras él explora las montañas en el Este, nosotros nos dirigimos a Athel Loren con la esperanza de establecer una alianza con los hijos del bosque. Dudo que nos reciban con lo brazos abiertos, pero aún corre la sangre de Aenarion por sus venas y en el fondo de mi corazón sé que no nos desean ningún daño, pero sería estúpido adentrarse en sus tierras sagradas sin esperar por lo menos un par de emboscadas antes de que nuestro emisario abra la boca. Como comandante de esta expedición, hace unos días tomé la decisión de dar un pequeño rodeo para evitar entrar en las zonas más profundas del bosque y provocar la ira de los antiguos dioses. De haberlo sabido, me habría batido con el mismísimo Orión con una mano atada a la espalda con tal de no vivir el horror que presenciamos.

El destino nos llevó hasta un río que salía del bosque, el terreno era abierto y el día estaba despejado, nada hacía sospechar que en ese apacible rincón del mundo se desataría una sangrienta batalla. Tú me conoces bien, y sabes que no he sobrevivido todo este tiempo siendo un imprudente, por lo que llevé conmigo un buen número de soldados en la avanzadilla. Quizá habría que asegurar la zona durante unos cuantos días hasta poder adentrarnos en el bosque, así que no escatimé recursos para hacerlo: Lanzavirotes, Maestros de la espada, Leones blancos de Crácia, una pequeña unidad de Guardias del Mar y un nutrido grupo de lanceros y arqueros. Cuando nos disponíamos a cruzar el río, el cielo se oscureció y se llenó de alimañas voladoras que taparon el Sol, que brillaba radiante momentos antes. Nos quedamos estupefactos ante la imagen que se proyectaba ante nosotros. Un ejército de muertos vivientes estaba desplegado al otro lado del río observándonos, ordenando sus filas, cargando sus carros de inmundos cadáveres, preparándose para atacar. El reflejo del agua y los rayos de sol les daban un aspecto espectral casi bello, no podía dejar de fijarme en sus armaduras. El cieno y la inmundicia aún dejaban ver partes del metal, un metal precioso, un metal familiar, Mithril. Al momento nos dimos cuenta, eran elfos, hijos de Ulthuan profanados y convertidos en sucias marionetas de los nigromantes ¿qué hacían allí? Esos monstruos suelen infectar los bosques del corazón del viejo mundo, no deberían pulular por estas tierras. Sin embargo allí estaban: Otrora orgullosos Guardias del Fénix y Príncipes Dragón convertidos ahora en Guardianes de los túmulos y Caballeros Negros. Colocados en sus flancos, hordas de Zombis y Necrófagos esperando órdenes junto a la orilla del río. También había dos unidades de Jinetes Espectrales , cuyo reflejo en el agua les daba un aspecto vaporosos que nos heló la sangre en las venas. El motivo de su presencia en esas tierras era todo un misterio, pero ya daba igual, no iba a permitir que esa plaga siguiera existiendo ni un minuto más, mis hermanos recibirían descanso y el mundo estaría un poco menos corrompido. 

El enemigo aún se estaba preparando cuando ordené a las tropas ocupar los puentes, un punto estratégico de ese valor debía estar en nuestras manos si queríamos contener la marea que se acercaba. Con suma celeridad y disciplina, Los Leones blancos y todo el pelotón de lanceros cumplieron su cometido. La ferocidad de los Leones blancos de Crácia sobrepasa con mucho su fama. Compadezco a aquellos nobles que los menosprecian por su origen humilde, ya que en su corazón ruge con furia la llama de Asuryan, así los tenga en su gloria. Lo mismo puedo decir de los jóvenes Lanceros, me llena de tristeza habérselos arrebatado a sus familias, pero el deber de todo Asur es arriesgar la vida para que nuestra raza sobreviva. Su falta de experiencia se ve compensada con creces por su determinación y disciplina, he visto soldados el doble de viejos marchar como patos en comparación. 


El origen antinatural de estas criaturas hace a muchas de ellas invulnerables a las armas mundanas, así que necesitaría algo de apoyo mágico. Designé a Nivalor como mago de batalla, tengo que confesar que no lo conocía demasiado. Se presentó voluntario para la expedición pocos días antes de embarcar en Yvresse, más tardé me enteré que tenía la esperanza de reencontrarse con su padre, un viejo Guardia del fénix al que tenía que entregar un mensaje urgente de los dioses. El chico tenía potencial pero aún estaba muy verde y no le iría mal salir un poco del campamento base y sentir la emoción de lo desconocido. Con todo, era un mago excepcional y resuelto, no dudó en desatar la ira de Khaine sobre los jinetes espectrales en cuanto tuvo la ocasión.


Los vapores mágicos se arremolinaron en sus manos mientras susurraba palabras prohibidas, cuando abrió los ojos para dirigir su devastador hechizo, vi como la ira lo dominó, descargando un torrente mágico sobre el cuerpo físico de Nivalor. Las chispas y la luz empezaron a emanar de él con el brillo de una estrella, los lanceros delante suyo se removían inquietos, temerosos por sus vidas. Todos hemos visto u oído de algún mago estallar en medio de la filas amigas arrasándolas por completo, pero Saphery se apiadó en cierto modo de nosotros y permitió que el joven mago reuniera suficiente valor y determinación para mantener aquella inmensa cantidad de energía mágica dentro de su cuerpo. No sufrió ninguna herida, al menos ninguna física ya que todo su poder se perdió para siempre impidiendo al muchacho ejecutar ningún otro hechizo. Para colmo, el potente hechizo de Nivalor apenas afectó a los espectros. Seguían de pie impasibles como si nada. Pude notar como el valor de los soldados menguaba ante aquello, todos éramos consientes de que el dominio de la magia en la batalla es crucial contra enemigos sobrenaturales y perder a nuestro único mago tan pronto era un terrible augurio.


Como si sintieran nuestra desazón, los comandantes enemigos se empezaron a reír, sus carcajadas retumbaron en todo el claro. La vida y la muerte no significan nada para ellos, las usan a su antojo como juguetes. No conocen el dolor de perder algo querido porque nada quieren y nada les quiere a ellos, existen con el único fin de cubrirlo todo de tristeza e inmundicia. Esas risas fueron más de lo que pude aguantar. Habíamos perdido nuestra mejor baza, pero no la única que teníamos. La magia está en muchos lugares y se muestra de muchas formas, no es más que la materialización de la voluntad de los dioses en el mundo y todo lo que es material se puede forjar. Mi espada estaba sedienta, y no hay nada mas apetitoso para una espada que beber la sangre de aquello que sólo ella puede tocar. Mientras las risas aún resonaban en los cráneos huecos de los nigromantes. Mi fiel corcel Undath no tardó ni cinco segundos en atravesar galopando el río hasta llegar a los jinetes etéreos. No me gusta presumir, pero la verdad es que mi espada los atravesó tan fácilmente que me pregunté si de verdad habían estado allí hasta que vi los huesos podridos y los restos de armadura oxidada esparcidos en el suelo ante mí.


Casi sin darme cuenta me encontré en medio de las filas enemigas, de haber fallado la carga no me cabe duda de que me habrían rodeado, pero el ímpetu de la carga permitió a mi palafrén atravesar la línea principal de los no muertos y abrir una pequeña grieta en su formación. La carrera me condujo hasta la retaguardia del enemigo, donde pude ver de cerca al general de la hueste. Los ejércitos de los condes vampiro son temibles, sus no sienten dolor, ni miedo, ni cansancio. Son como soldados de juguete, no importa cuantas veces los rompas, siempre volverán a levantarse para ser manipuladas por los oscuros titiriteros. Pero ninguna marioneta sobrevive a su maestro, así que me dispuse a acabar con el nigromante. El enemigo entendió mis intenciones y no quiso arriesgarse, así que mandó tras de mí todo un escuadrón de caballeros putrefactos. Sus armaduras en forma de dragón me hicieron enfurecer, pero mi ejército me necesitaba vivo y sereno para sobrevivir aquel día. Mientras evitaba a mis perseguidores vi algo inusual. Un auténtico vampiro abandonó la unidad que lideraba para darme caza. Aquello me tranquilizó en cierto modo, mientras me persiguieran a mí el resto de mis soldados podrían aprovechar para atacar al enemigo al otro lado del puente mientras las salvas de flechas y virotes intentarían abatir a mis cazadores. Por lo visto, tanto las fuerzas del bien como las del mal protegen a sus devotos, ya que los proyectiles no lograron alcanzar sus objetivos. Las armaduras y talismanes profanados evitaban que los impactos causaran algo más que heridas superficiales y, por si fuera poco, las pocas bajas que causábamos volvían al campo de batalla gracias a la magia de la muerte.

Nuestra primera pérdida fue un pequeño grupo de Maestros de la espada cuya misión era proteger a los arqueros y las máquinas de guerra. Nada pudieron hacer contra los jinetes espectrales. Ví como sus cuerpos etéreos atravesaban a los espadachines envolviéndolos en llamas verdes. Los pobres diablos murieron con sus espadas en la mano mientras golpeaban frenéticos a la caballería espectral, pero sólo conseguían arrancar jirones de humo verdoso. Fieles a su cometido, tanto los arqueros como los lanzavirotes siguieron disparando sobre la legión de cadáveres.


La auténtica batalla tuvo lugar en los puentes. En el primero estaban los Leones blancos de Crácia, que cortaron todo un regimiento de cadáveres animados como si estuvieran cortando leña. Cortes precisos pero potentes cercenaban miembros con pasmosa facilidad mientras los torpes zombis apenas lograban tocarlos. Brazos, piernas y cabezas putrefactos saltaban por todas partes con cada hachazo hasta que una enorme cantidad de necrófagos flanqueó a los leñadores. Los necrófagos son seres detestables, rápidos y feroces que se alimentan de los caídos en combate nada más tocar el suelo. Su ansia de sangre los convierte en un remolino de garras ansiosas por más y más carne muerta. Con todo, los Leones aguantaron su posición y cerraron filas, hay muy pocas cosas en este mundo capaces de hacer huír a esta tropa de élite, así que después de acabar con el último zombi se encararon a los necrófagos sin dudarlo.

Ocupar el segundo puente era labor de los lanceros y el resto de maestros de la espada. Los primeros intentaron neutralizar a los guardianes de la cripta, cuyo comandante aún me perseguía. Mientras tanto los maestros de la espada diezmarían al enorme bloque de zombis que se interponía entre ellos y otro de los nigromantes. Si conseguían aniquilarlo, los no muertos perderían uno de sus puntales y podríamos tomar ese flanco. Lanceros y Maestros se lanzaron contra el enemigo, pero algo fue terriblemente mal. Como te he dicho los lanceros son audaces pero inexpertos, y esa falta de experiencia les costó la vida a todos. En un arrebato de imprudencia cargaron contra los guardianes sin dudarlo a través del río. A pesar de que éste no era especialmente caudaloso ni rápido, la corriente desorganizó sus filas, hecho que aprovechó el enemigo, que se encontraba en tierra firme. Nuestros soldados son los mejores, pero la carne reanimada es dura y fuerte. Los guardianes dejaban que se les clavaran las lanzas confiados para después asestar un contraataque terrible a los indefensos muchachos. El pánico se apoderó de ellos y no tardaron en huir atropelladamente de aquella pesadilla. Los tumularios los persiguieron y ejecutaron sin piedad. Sus rostros vacíos no expresaban nada, ni satisfacción, ni odio, ni siquiera placer por matar. Clavaban sus armas en las espaldas de los adversarios con movimientos mecánicos mientras dejaban tras de sí un rastro de cuerpos inertes. 


Mientras tanto los Maestros de la espada avanzaban entre las filas enemigas como una exhalación. Era una visión maravillosa: apenas una decena de hombres esgrimiendo esos enormes mandobles como si estuvieran hechos de madera, llevando a cabo movimientos letales como si se tratara de una danza sublime. No les costó demasiado llegar hasta el nigromante. Se encontraba en lo alto de una especie de vagoneta, alzando su voz herética por encima del ruido de la masacre. Sin apenas retomar el aliento, los hábiles guerreros atacaron la máquina de guerra. Cegados por la furia de la batalla, tardaron unos instantes en percatarse de lo que tenían ante sí. Aquel aparato infernal se parecía vagamente a un carro de combate, pero en realidad era algo mil veces más aterrador. Consistía en un gigantesco armatoste similar a un ataúd rudimentario relleno de cuerpos putrefactos. Amontonados en su interior sin ninguna consideración podían verse los miembros asomándose por las rendijas de la enorme caja. Aquella dantesca visión unida al olor nauseabundo y el cansancio hizo mella en la moral de los expertos espadachines impidiéndoles acabar con el infernal aparato y su pérfido ocupante. El contraataque fue devastador. Una docena de cadáveres salieron en tromba del interior del carro, agarraban, mordían y golpeaban incansables ante la estupefacción de los Maestros, que todavía pudieron zafarse del ataque tras perder a varios hermanos de armas. Los supervivientes no ofrecieron ninguna misericordia tras aquello. Golpearon con tal fiereza el carro que las astillas llovieron por todo el claro. El nigromante no pudo escapar a la ira de la Torre Blanca, las espada cayeron sobre él con todo el peso de la rectitud, no dejando más que un montón de astillas de hueso embarulladas con trapos viejos.


En el otro lado del puente los guardianes de la cripta estaban causando estragos en nuestras filas. Con los lanceros muertos o huidos, Nivalor se encontraba sólo ante la faz de la muerte. Aún no tengo muy claro lo que pasó en ese combate, algunos dicen que enloqueció y se lanzó hacia el enemigo en un acto suicida, otros dicen que reconoció la armadura de su anciano padre entre los guardias del túmulo. Sea como fuere, el joven mago cargó él sólo contra el enemigo. Incapaces de abandonarlo a su suerte la Guardia del Mar fue en su ayuda. Todo fue en vano. Con el apoyo de los jinetes espectrales, los muertos vivientes rodearon a la guardia del mar. Poco pudieron hacer, sobrepasados en número y luchando contra enemigos hechos de aire perecieron en ese mismo lugar, que Asuryan los acoja en su seno.


Con todo, el puente volvía a estar desocupado. A un lado, los guardianes tumularios ya habían terminado con la masacre y pedían más almas que devorar. En el lado contrario los Maestros de la espada clamaban venganza por sus compañeros caídos y estaban ansiosos por dar el merecido descanso a aquellos cuerpos marchitos. Las filas de ambos contendientes estaban ya muy mermadas, pero aún así el choque fue estrepitoso. El cuerno del dragón sonó con una melodía capaz de prender el corazón de los vivos y amedrentar a los muertos y los Maestros de la Espada lograron una victoria pírrica, ya que sólo quedaron tres de ellos. 


En el primer puente las cosas se empezaron a ponerse feas también. En mi persecución tras las líneas enemigas éste consiguió cerrarme el paso. El vampiro que se había lanzado tras de mí parecía resuelto a llevarse mi alma y no me dejaría ir a socorrer a mis hombres hasta batirse en duelo conmigo. Por pura diversión, se dirigió a la maltrecha unidad de Leones blancos, que estaban sobrepasados por los necrófagos cuyo número apenas lograban disminuir. Cuando parecía que iban a igualar el combate, su general levantaba otra fila de entre los caídos. Una y otra vez cortaban el muro de carne putrefacta que se rehacía casi al instante. Poco a poco las hachas perdían velocidad y cada vez había menos leñadores, pero éstos no cedieron ni un centímetro. El puente pertenecería a los Altos elfos hasta que cayera el último. 


Deleitado ante esa visión, el engendro no muerto corrió hacia los leones acorralados con ambas espadas desenfundadas. La muerte cayó sobre sobre los guerreros de Crácia de forma implacable. Los vampiros son muy distintos de los demás muertos vivientes, se mueven con elegancia y precisión, sus pasos son tan ligeros y veloces que los ojos apenas los pueden seguir, y sólo encuentran algo parecido al placer en la vorágine de la guerra. En pocos segundos, los últimos Leones blancos yacían sin vida en el campo de batalla. Me dí cuenta de mi fiel Undath y yo estábamos solos en el puente, éramos lo único que se interponía entre los no muertos y el resto de nuestras tropas, así que no teníamos más remedio que lanzarnos a la batalla aún siendo ampliamente superados en número. Cargué contra los necrófagos sin pensarlo. Mi espada cortaba por igual piel, carne y hueso como si fueran seda. Undath pisoteaba y mordía a los sucios necrófagos, que intentaban si éxito atravesar mi armadura. El vampiro nos observó durante un rato, parecía divertirse con el espectáculo, para él era solamente un juego macabro. Cuando ya hubo visto suficiente, dió un paso al frente y se entrometió en la lucha con toda tranquilidad. Al verlo los necrófagos se detuvieron y se retiraron atemorizados, sólo los dioses saben qué debería tener aquel vampiro para causar ese efecto en unas criaturas tan viles y feroces. 


Aprovechando ese inesperado respiro, tuve ocasión de contemplar a mi oponente. Tenía un aspecto frío y austero. Llevaba una armadura de un negro imposible cubierta por una capa de terciopelo también negra cuya capucha cubría su cara casi por completo. Sin mediar palabra, el vampiro me apuntó con una de sus espadas. Notaba su mirada fría a través de la capucha, desafiándome, provocándome. En cuanto me puse ante él, se abalanzó sobre mí con un baile frenético: corría, saltaba, me rodeaba, me golpeaba desde todas direcciones a la vez y yo apenas podía seguirlo. La velocidad y destreza de nuestra raza no tiene parangón, pero te juro por nuestros hijos que jamás he visto ningún guerrero moverse a esa velocidad, a su lado, el mismísimo Tyrion parecería un torpe recluta. Era rápido, era fuerte y era astuto, pero el arte de la guerra no se domina sólo con capacidades físicas. Mi montura me daba ventaja contra un oponente a pie, además de proporcionarme otro par de ojos con los que seguir los movimientos del enemigo. Con su instinto animal, Undah se colocaba grácilmente en la posición que más me convenía, hemos pasado por muchas cosas juntos y me siento tan unido a él como con un viejo amigo. Gracias a él, podía mantener centrarme en evitar la espada del poderoso vampiro cuando asestaba sus terribles estocadas. Aún así el maldito conseguía alcanzarme de vez en cuando, notaba el frío de su filo a través del Mithril cada vez que tocaba mi coraza.
Estuve a punto de morir en varias ocasiones durante el duelo, si no hubiera sido por el yelmo que me dio tu padre en dote, mi cabeza estaría flotando río abajo en estos momentos. Era como si el mismísimo Vaul hubiera bendecido mi armadura para que me protegiera de las fuerzas de la oscuridad. Finalmente, su voluntad se llevó a cabo. Mi adversario estaba empezando a perder la paciencia, la frustración se reflejaba en su rostro. Seguramente no estaba acostumbrado a que un rival sobreviviera a tantos golpes, la arrogancia es la perdición de los poderosos, y el vampiro no tardó en hastiarse de aquel duelo. Yo me di cuenta de la situación, y aproveché para intentar cambiar las tornas del combate. Mi espada lo logró alcanzar en un par de ocasiones, pero consiguió regenerarse con sus poderes sobrenaturales. En un fatídico descuido, el no muerto me atacó de frente para hacerme retroceder y perder el equilibrio, pero no era mi primer duelo y gracias a Vaul no fue el último. Undath piafó y levantó con fiereza las patas delanteras obligando al no muerto a modificar su rumbo. Llegó el momento de mi ataque. Blandí mi brillante espada con todas las fuerzas que pude reunir y el Mithirl seccionó la cabeza del engendro, haciéndola caer al suelo como una fruta madura. 
Con el mundo al fin libre de la existencia de esa criatura inmunda, pude volver al fragor de la batalla. La estupefacción de los muertos vivientes me permitió ver lo que quedaba de mi ejército, tuve tiempo de ver como los arqueros rompían filas y corrían de vuelta al campamento huyendo de los jinetes espectrales. Los siguientes en caer fueron los Maestros de la espada. Señor, portaestandarte y músico todavía tenían la intención de controlar el puente tal y como era su deber. La visión de los Caballeros Negros galopando por el cauce del río hacia los tres maestros era escalofriante. Sus etéreos corceles levantaban crestas de agua por los flancos con un silencio sepulcral, interrumpido sólo por el rumor del agua. Era sin duda una imagen desalentadora, pero los maestros esperaron la carga. Antes de ser arrollados por los corceles fantasmales lograron abatir a más de la mitad de los caballeros, pero no lograron sobrevivir al envite. Desde lo alto de la colina se oyó el mecanismo de los lanzavirotes, cuyos inmensos proyectiles hicieron añicos al resto de los caballeros. Por desgracia, los jinetes espectrales estaban demasiado cerca y pude ver cómo los operarios saltaban al vacío del precipicio que había tras de sí para arrebatarle al enemigo el placer de alimentarse de sus almas.
Estaba sólo, no había ni un solo Asur vivo en todo el claro. Toda mi hueste había perecido o huido, mi misión había fracasado y yo llevé a la muerte a muchas generaciones que nuestra raza tardará siglos en reemplazar. No había ni una pizca de esperanza en mi ser, sólo quedaba la rabia, una rabia imparable que consumía mi espíritu. Estaba convencido de que moriría a manos de esas bestias, se darían un festín con mi cadáver, pero antes pensaba destripar a ese maldito nigromante costase lo que costase. Se escondió tras el muro de necrófagos como un cobarde, resucitando a tantos como conseguía matar, pero la magia tarde o temprano se vuelve contra el que intenta domarla con demasiada frecuencia mientras que mi espada siempre está sedienta de la sangre de los malditos, así que no cejé en mi empeño. Perdí la noción del tiempo y la cuenta de las bajas, no había nada más en mi cabeza que no fuera la determinación de aniquilar al siguiente enemigo, pero una vez más los dioses me perdonaron. 
Los nigromantes son sin duda seres malévolos y sanguinarios, pero ante todo son pacientes. El tiempo nunca juega en su contra y había bastantes cuerpos en el campo de batalla como para reunir otro ejército igual de formidable. Supongo que el general enemigo decidió que no había prisa por acabar conmigo y aunque la victoria era suya, le habíamos causado demasiadas bajas como para que pudiera defender esa posición a corto plazo así que ordenó retirada sin más. Estaba exhausto, el cuerpo apenas me respondía y el fuego de la batalla había dejado de arder en mi interior así que no pude hacer otra cosa que regresar al campamento para curar mis heridas y planear nuestro siguiente movimiento. Tuve que agarrarme al cuello de Undath para no caer de las silla. Estaba casi al límite de mis fuerzas cuando me encontraron los exploradores. Ahora que mis heridas están prácticamente curadas me dispongo a regresar a ese claro, y no me cabe duda de que me veré obligado a derrotar a mis antiguos compañeros de armas. La tarea será ardua pero sólo así podré darles descanso a sus almas. Espero poder volver a casa pronto, pero sería un estúpido si me hiciera demasiadas ilusiones al respecto. Sólo quiero que sepáis que siempre os llevo en mi memoria y que os protegeré de todo mal mientras me quede aliento. 

Te quiero,

Sel’enor.

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